Un viejo chascarrillo italiano con el que se suele entretener a los niños dice así:
Un arriero se detiene a comer en una posada y toma pan, vino y tocino. A la hora de pagar, el posadero le pide una lira por el pan, una lira por el vino y una lira por el tocino. El arriero pone un par de monedas sobre la mesa y se dispone a marcharse. "Aquí solo hay dos liras", dice el posadero. "Pues claro: una lira por el pan y otra por el vino", replica el arriero. "¿Y el tocino?", pregunta el posadero. "Pues eso: una lira por el tocino y otra por el pan", responde el arriero. "¿Y el vino?". "Pues eso: una lira por el vino y otra por el tocino". "¿Y el pan?". "Pues eso: una lira por el pan y otra por el vino". Y así sucesiva e indefinidamente.
El pensamiento, en tanto que verbal, es una línea que se desarrolla en el tiempo, como el propio lenguaje, como la música; es un camino que recorremos -que hacemos-- paso a paso. En cada momento estamos en un tramo del camino, no lo abarcamos todo a la vez. Si el recorrido es tan corto y tan sencillo como el del chascarrillo del arriero, solo alguien muy obtuso sería incapaz de verlo en su totalidad; pero cuando el camino silogístico es largo y enrevesado es fácil despistarse, e incluso no darse cuenta de que la línea argumental se ha cerrado sobre sí misma y estamos andando en círculos. Imaginemos un diálogo un poco más complejo entre el arriero y el posadero: "¿Tres liras por un mendrugo de pan, un vaso de vino aguado y un trozo de tocino rancio? Esto es un robo", protesta el arriero. "Nadie te obliga a comer aquí, este es un país libre. ¿Por qué no has ido a otra posada?", pregunta el posadero. "Porque en este pueblo solo hay dos posadas, y en la otra la comida es aún peor y más cara que en esta", responde el arriero. "Entonces no te quejes", dice el posadero. "¿Cómo no me voy a quejar si pretendes cobrarme un precio abusivo por un asco de comida?", replica el arriero. "Nadie te obliga a comer aquí, este es un país libre", repite el posadero...
Este segundo diálogo suena algo menos pueril que el primero (aunque es igualmente banal), y, de hecho, sin más que sustituir las posadas y los menús por los partidos mayoritarios y sus respectivos programas electorales, podría ser una conversación política al uso. Esto es una democracia porque podemos elegir a nuestros gobernantes, y aunque solo haya dos opciones reales y ambas sean malas (o una mala y la otra malísima), podemos elegir y por lo tanto esto es una democracia...
Los más claros ejemplos de este tipo de pensamiento circular los encontramos, como no podía ser de otra manera, en la religión. La fe es una "virtud teologal", un don que Dios concede a quienes lo merecen. ¿Y por qué lo merecen? Porque se humillan ante Dios. Para lo cual hay que tener fe... El Papa es infalible. ¿Por qué? Porque la infalibilidad pontificia es un dogma de fe promulgado por el Papa...
En última instancia, un pensamiento circular, por largo y enrevesado que sea, equivale a una tautología: la repetición (cíclica) de una misma idea expresada de dos formas ligeramente distintas y procurando que una de las formas parezca la justificación de la otra (es decir, de sí misma). Dicho de otro modo, una tautología (y por extensión cualquier seudorrazonamiento circular) es una aseveración burdamente disfrazada de demostración.
Los políticos no paran de decirnos que su programa es el mejor porque nos traerá más bienestar. ¿Y por qué nos traerá más bienestar? Porque es el mejor programa político. La publicidad no para de decirnos que para ser felices tenemos que comprar un automóvil potente. ¿Por qué? Porque la felicidad pasa por tener un automóvil potente, como se desprende de los anuncios de automóviles. Fulanita sale en la tele porque es famosa. ¿Y por qué es famosa? Porque sale en la tele...
Huelga señalar que la verdadera cuestión de fondo, la pregunta que hemos de formularnos ante la amplísima difusión del pensamiento circular, es: ¿cómo se explica que millones de personas caigan una y otra vez en una trampa tan burda? Y nada más adecuado que buscar la explicación de tamaña absurdidad en el teatro del absurdo: como dice Ionesco en La cantante calva, "Se coge un círculo, se lo acaricia y se convierte en un círculo vicioso". Haz que tu vida discurra suavemente en círculos, refúgiate en la repetición sistemática (sistémica) de una rutina tranquilizadora, y tu pensamiento se viciará cuanto sea necesario para adaptarse a esa existencia cíclica, cerrada sobre sí misma. Consigue que la vida política y económica de un país dé vueltas y vueltas sin ir a ninguna parte, sin perspectiva ni voluntad de futuro, pero con engañosa fluidez, con acariciadora seguridad aparente, y habrás puesto en marcha la rueda inmóvil del pensamiento circular, habrás impuesto una ideología.
Carlo Frabetti
La Haine