por donde nunca estuve, guiado
por una voz de mujer. O acaso,
no podría no haber ido, ni retornar
sobre mis pasos despacio, sin ver,
si yo viera, más que una cortina de agua,
donde no lloviera, nada nuevo
ni nada que vuelva a ver.
Podría imaginarlo fuera y lejos,
para no llevarlo en mí ahora;
que el tiempo se nos hiciera agua
y se agotara sin saber qué fue de él,
lejos de perderle tan lejos de todo,
todo con tal de no saber lo he que sabido:
rehacer mis pasos y los suyos por ese mapa
donde no estuvimos y hemos de estar siempre,
o sí estuvimos una vez de la que no hay recuerdo.
En las ciudades ajenas uno llama
a un teléfono en el que nadie responde.
Y uno va a un sitio exacto y quien busca
no está. Él ha detenido el tiempo, y no sé si supo
acaso que mañana era ahora
y que ahora es mañana
y ya nunca soñar nada,
ni recordar ciertos, ni verdades falsas.
Aún lo veo reír con el mentón poderoso,
la mirada negra y altiva. Así lo he de ver.
Tanto tiempo y tantos ríos esquivos rinden
a sus pies todos los tesoros
en esta noche limón, y tanto nadar
para que ya sólo la eternidad y mañana
nos queden. Y no puedo no pensar
en cuanto no sé, en todo lo que ha sido.
Podría no haberle echado en falta:
ayer mismo era como si siguiera vivo.
Nada pudo destruir mi tristeza
ni erosionar a hachazos el castillo
de mi recuerdo. Es ahí, ahora,
si tú quieres, donde quiero que entres.
Miguel Martínez-Lage
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